19.7.05



Mi padre nunca aceptó su nombre y en consecuencia, me odió cuando acepté el mío.
No lo tomé personal, es solo que dejar atrás un nombre normal de tres palabras por uno formado con dos que tienen poco o nulo significado al unirlas, pone a cualquiera muy mal.
Pero aprendimos a fingir nuestra relación. Y nos salía tan natural que había momentos en los cuales nuestros conocidos (no dejame corregir, sus conocidos, porque yo era un crío y supuestamente no conocía nada) pedían consejos para que padres e hijos se vieran como tales y no, en el mejor de los casos, como soporte financiero hasta la mayoría de edad.

La tienda departamental del búho abría las veinticuatro horas. Las personas hojeaban mucho las revistas pero compraban poco y a los dependientes no les interesaba. En ese entonces la revista Proceso era una prueba de que la vida política del país te interesaba lo suficiente como para leerla en el baño. La similitud entre lo que uno deja en el retrete y el contenido de la política no ha cambiado mucho desde entonces.

La última hoja mostraba algo diferente a fotos de sonrientes personas con traje o guayabera y sus frases memorables por estúpidas.
Una tira cómica a blanco y negro relataba en unos cuadros las andanzas de Boogie a.k.a el aceitoso. Especie de filósofo urbano que para despistar era mercenario, guardaespaldas, compañero de memorias , etc siempre y cuando los billetes fueran abundantes.

Supongo que las lecturas del viejo no cambiaron, las mías fueron cada vez más variadas llegando en algunas casos a ser lo que algunos llamarían extrañas.
Y nuestras vidas siguieron su camino, sin tocarse siquiera por accidente. Como perfectas rayas paralelas.

6.7.05

Coincidimos.
Era representante de una transnacional farmaceutica cuyos analgésicos habían sido los más vendidos durante el año pasado. Le dije que me gustaba su producto. Acostumbro tomar dos dosis con una pepsi helada.
Parecio sorprenderse tanto por esa forma de uso que inventó sin mucho esfuerzo un pretexto para irse y a cambio de nuestra conversación frustrada me dio una tarjeta adornada por su nombre titulado con una maestria en administracion.
Me sonrio amablemente desde su traje hecho a medida antes de despedirse.

Yo también sonreía mientras fingía guardarme la tarjeta en la bolsa.

Fue entonces cuando algo dentro de mi cabeza me hizo buscar una máquina de sodas.

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