19.2.03

De la chamarra sacó un diario cuyas hojas amenazaban con soltarse a la menor provocación.

En tintas de varios colores, las letras borrosas le recordaron que debía ponerse los lentes.

Los trazos eran irregulares, algunos de las palabras parecían haber sido escritas con mucha

calma, otras eran unos garabatos apresurados. Desde que aprendió a leer, nació en su

interior ese deseo compulsivo de conseguir todos los libros que anotaba en su diario. Era

bien conocida su presencia en las librerías de la ciudad, especialmente las que manejaban

libros usados. Su deseo es tal que al encontrar un libro, toma su diario y tacha el título,

como quién ha eliminado una deuda o un pendiente. El peso que carga sobre si se aligera

un poco. Nadie más que él podrá leerlo. Un sol inútil brilla sobre el invierno de la ciudad.

Cubre su vista al salir de la librería donde ha estado varias horas, y espera un momento

sobre la estrecha banqueta, para que sus ojos se acostumbren de nuevo a la luz.

Inmóvil, en medio de gente apresurada, aprieta contra su pecho los ejemplares recién

adquiridos. Un remordimiento asoma por encima de su hombro, finge que no siente nada y

empieza a caminar. Sin embargo, sabe que una vez que un título de ese diario ha sido

tachado, deja de existir en todo el mundo.

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