22.7.03

El domingo pasado nos aventuramos, mi hermano y un servidor, al centro comercial underground por excelencia de Monterrey, el puente del Papa (a.k.a. Papa River Center)
Tendido sobre el río Santa Catarina (decirle así es un piropo que se olvida conforme bajábamos a los márgenes secos y polvorientos a eso de la una de la tarde) el puente quedó como recuerdo de la primera visita del jerarca católico a la ciudad, allá en los no tan lejanos años setenta. Al amparo de su escasa sombra y de las centrales obreras, los comerciantes crean su propio mundo donde si algo no se consigue aquí, difícilmente (por no decir imposible) lo hallarás en otro sitio. Puedes completar tu colección de figuritas de Star Wars después de llevarte antes que nadie los estrenos de cine en dbd (no es broma, así estaba escrito) o lucir un elegante reloj “Citicen” que haga juego con unos pantalones de mezclilla Levi’s que no pasaron las exigentes pruebas de calidad y por eso los tiene en oferta un señor con marcado acento árabe. Después de una hora de recorrer sus entrañas de plástico, tierra, música, hallamos por módica suma el objeto de nuestra búsqueda.
Hasta las obras clásicas de la literatura tienen su lugar ahí, entre monedas antiguas, herramientas de albañilería, collares, pulseras, camisetas del che junto a las de Eminem y del Subcomediante Marcos, patinetas para los skatos, viejas revistas donde aún está muriendo Lady Diana comparten espacio con discos LP de la Sonora Santanera (¿?)

A punto de tomar la escalera que nos lleve de regreso al puente, una mujer con su camiseta de la CTM y un niño dormido en su rebozo vende chile piquín recién pizcado a diez pesos la bolsa. Desde arriba las mantas de plástico formaban un mosaico multicolor golpeado por el sol.

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