30.9.03

sin rencores.
En opinión de un jurado que usa tinta verde, este cuento es mamón:

Lagañas.


La niña soñaba cosas que los niños olvidan al despertar. Pero esta vez su sueño desapareció del todo y se vio rodeada por gente que no conocía, que hablaba lenguajes raros, como de otros países. Empezó a llorar en medio de una soledad hecha de extraños.

Esta vez no hubo una mano perezosa que apagara el despertador, la niña seguía dormida. Su madre en la cocina con el tiempo en contra, gritaba lo tarde que se hacía, que se enfriaba el desayuno. Con el enojo volviéndose preocupación entró a la habitación, donde al pie de la cama se sacudía el cuerpo dormido de su hija, gritos que se unían a los de varias personas en el edificio de apartamentos, en la ciudad y el mundo.


La tercera parte de la población mundial fue afectada. Todos tenían o conocían a una persona dormida, todos compartían las pérdidas. El resto de las personas ya no pudo dormir, como si unos cuantos hubiesen acaparado la totalidad del sueño. Con el paso del tiempo las personas dormidas generaron a su alrededor una capa protectora de color amarillento, de consistencia similar a las lagañas.

Dolía no entender, dolía ver en lo que las personas se habían convertido.

Entonces, quienes aún podían, guardaron a sus familiares y amigos en el interior de las casas, como hormigas que llevan a sus compañeras muertas al hormiguero. Luego esperaron a morir por falta del placer del sueño que se les negaba.

Las ciudades fueron cediendo paso a bosques, mares, desiertos y demás ecosistemas. El tiempo dejó de ser importante para un mundo desfigurado, cuando ya no hubo voz humana que recorriera el planeta.


Varios siglos después, las lagañas se abrieron arrojando a un mundo nuevo, a seres que distaban mucho de ser humanos.


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