20.10.03

Hay ideas que desarrollamos mejor que otras. Esta no fue una de ellas. Transcribo este cuento que ahora va al cajón de mi librero. Ese donde tienen refugio mis barajas de superhéroes, los boletos de las películas que me gustaron, las fotografías que jamás pondría en un álbum pero tampoco sería capaz de romper; un frasco de vidrio lleno de recuerdos en forma de llaveros, canicas, plumas inservibles, etc.
Así como anotaciones en hojas, servilletas, y demás materiales.

Tal vez, cuando las condiciones mentales cambien, pueda escribirla como de verdad la imagine alguna vez...

TRES

Hay que vagar por las calles un tiempo para odiarlas o amarlas. Yo había escogido hace mucho tiempo, quizá por eso el señor Lázaro (como decía llamarse) me encontró en el sitio para taxis esperando pasaje, el mismo que se me negaba desde varios días atrás, exactamente desde que mi esposa me dejó, y con un vacío muy grande porque se llevó las cosas del cuarto, vivíamos en la colonia Niño Artillero.

Me preguntó Lázaro por la chamba, que cómo me iba. Después de decirle que más o menos se echó a reír muy quedito, ahorrándose la risa mientras me daba unos billetes enrollados y húmedos de sudor frío. Como anticipo, dijo, por llevarlo todo el día a donde él quisiera. Esperándolo cuando entrara en algún lugar, y sobre todo, hacerle plática.
Primero fuimos al Contry, paramos frente a una casa que se veía de billetes; que no tardaba, iba a ver a un señor. Tome su tiempo le dije, miré a otro lado y cuando me di cuenta se había esfumado.
Y eso que la puerta estaba alejada de la calle.


En esa sala cabrían dos casas de interés social. Pero solo hay una figura
cansada que respira con dificultad entre porcelana china, tapetes de seda y fotos enmarcadas en madera exótica de parientes que murieron hace años o que vienen de vez en cuando para abrazarlo. Fieles son los recuerdos, mientras el cerebro funcione.

- Don Enrique- Lázaro se pone en cuclillas tomando sus manos.

- Vengo a despedirme. Quiero agradecerle sus consejos, las conversaciones. Ese café que ninguno de los dos puede tomar pero que da un aroma
muy sabroso. Y se aleja del anciano.

El sofá de piel donde está sentado es el mismo donde alguna vez arrulló a los
nietos que ahora no ve, es el mismo donde varias hijas fueron entregadas en
matrimonios arreglados para asegurar un negocio. Enrique está chupando
dulces de leche que arroja a su perro sin nombre quien solo así puede comerlos.
Como respuesta a Lázaro, tose.



Cuando salió de la casa, me pareció que el cielo se quedaba quieto por un
momento; no vi con más detalle porque Lázaro me apuraba a llegar a Cumbres, a la esquina desde donde iba a caminar un par de cuadras según dijo al cerrar la puerta de golpe, que no dejó escuchar mi mentada de madre.


Lázaro pasa sin dificultad por la multitud que rodea a la chica moribunda, se agacha para quedar a la altura de su rostro deformado por la golpiza. Nadie a su alrededor hace algo mas que observarla. Donde antes estuvo su boca hay una colección de golpes y patadas, el ojo izquierdo se lo han reventado, su cabello pegajoso por la sangre. Faltan su virginidad y unos zapatos que pidió fiados. Esosmoretones la envejecen a pesar de sus dieciséis años. Los vecinos maldicen la tardanza de la ambulancia, tenían prisa por olvidarla.
Que harán los Garza-Treviño sin muchacha, murmuran.

- ¿Qué pasó Francisca? - pregunta Lázaro conociendo la respuesta nada mas de verla.

- ¿ Francisca? - pregunta de nuevo. - Sabes que pasa si digo tres veces tu nombre.

-Fue el joven- gime ella. - Los curiosos quieren creer que son alucinaciones de
moribunda, rabia por el dolor.

- Debería dejarte así, pero ya me voy y no quiero dejar pendientes.

Lázaro regresa al taxi.

-Nos vemos Francisca- murmura.

Ella vomita la sangre que no le arrebataron los golpes. Mientras el ojo sano se queda fijo en la nada, una lágrima resbala llevándola al descanso.



Recogí a Lázaro, ni hacía ruido cuando se sentaba pero el no se veía flaco, mas
bien era robusto con finta de maltratado por la vida. A esa hora me gruñían las tripas de hambre, bueno mas fuerte que de costumbre pues todo el tiempo tenía hambre. Y como si me hubiera oído me dijo que fuéramos a comer.
Sobre Reforma casi llegando a Villagrán, había una fonda con aires de restaurante bar, ahí nos metimos después de batallar por el estacionamiento.
Ni una mesa desocupada, así que nos sentamos en la barra a unos cuantos
lugares de la caja. Pensaba pedir una cerveza cuando Lázaro me la negó poniendo un refresco frente a mí, agradecí de dientes para afuera; nada más faltaba que decidiera también lo que íbamos a comer.
A mi derecha había un lugar vacío pero no por mucho tiempo pues un tipo tomó asiento, olía peor que yo y eso significaba oler muy mal.
Un sudor reciente empezaba a secarse en su cuerpo juntándose con un salitre blanco de hace días. Me aguanté y no la hice de pedo.


Tal como pensé, pinche Lázaro ya había ordenado la comida, no me molestaba
que hubiera pedido algo diferente a lo que tenía ganas de comer, era esa imposición dura y silenciosa que sentía crecer al paso del día. De eso ya estaba harto, por eso me fui chamaco de la casa llevándome en el camino a la Lupe, mi novia de ese entonces, hoy mi ex. Los chiflidos y piropos me hicieron voltear, entró con ese contoneo provocador de quien se siente bonita, deseada, aventurera. Supe que se llamaba Luisa cuando alguien le
saludó con esa confianza que da la rutina diaria y monótona. Terminé mi plato y Lázaro me dio el suyo sin haberlo tocado. Me fijé bien que no tuviera mucha salsa, debía cuidarme por la gastritis. De reojo vi que Luisa tenía rasgos mas bien de Luis, neta que el hambre por poco se me va.


Fui con algunas monedas a la rocola que estaba cerca del baño, pero solo agarraba de a dos pesos. No vi cuando se acercó. Creo que iba al baño y al
darse cuenta de que no tenía monedas buscó en su bolso con unas manos mejor cuidadas que las de muchas mujeres que yo conocía. Ofreció cambiarme los tostones y las de a peso. Antes de entrar al pasillo que llevaba a los baños, me dijo que no escogiera el disco 26, no tocaba las canciones y se tragaba la moneda. Que suerte la mía, era uno de puros éxitos de Cornelio Reyna.
Los demás grupos no me llamaban la atención, así que puse al que menos gordo me caía, no me había parado de oquis. Regresé a mi lugar agitando en mi mano las monedas, en el espacio de tiempo que hubo antes de
la canción todo fue silencio en la fonda. Cuando me senté, Lázaro ya no estaba. Y por el olor del plato que se enfriaba, me di cuenta de que también faltaba el apestoso.
Empezó la canción.


- ¿Entonces qué?

- ¿De qué o qué?

- No te hagas, bien que sabes. Dame algo, tengo doble turno en la obra y no voy a aguantar sin eso. Le tuve que comprar cosas a la niña y ando bien corto. Horita mismo te doy un adelanto con lo que te gusta y...

- ¡Ni madres! Si de verdad trabajaras tanto como dices traerías para pagar tus mugres. El negocio no está para fiar o pagos con cuerpo. Me van a chingar los jefes si se enteran de nuestro arreglo- Luisa empieza a quitarse el maquillaje con un pañuelo desechable sin necesidad de mirarse en un espejo que ese baño no tiene. - ?Nunca se deben mezclar cosas de trabajo con las de placer, ahora ya no puedo quitármelo de encima?- Con ese pensamiento se acomoda el cabello que ha conocido varios tintes pero nunca una caricia sincera.

- ¡Te chingo yo primero si no me lo das ahora! ? su voz es en un susurro lleno de desesperación. Una navaja de brillo filoso aparece entre unas manos callosas y morenas. Y antes de que el grito alcance a salir, antes de que pudiera meter las manos siquiera, el acero había traspasado el vientre de Luisa, quien se quedó a medio camino de ser Luis.


Lázaro ya ha visto antes esa mirada en las personas, parecida a la de un pez fuera del agua, quisieran respirar también a través de los ojos para alejar ese apretón de la asfixia que va secando rápidamente la vida. ¿Cómo puede conocer detalladamente a estas personas, con solo verlas un poco? Lázaro se ha hecho tantas veces esa y otras preguntas: ¿quién soy y por qué soy esto? Las respuestas no llegan, nunca llegan y el no tiene más opción que decir un nombre tres veces.
Luis, igual que el pez, muere por su boca.



Ya había pasado mucho tiempo y no regresaban. La grasa empezaba a cuajarse en el plato del apestoso, la persona detrás de la barra miraba a cada rato en dirección del baño. Pagué la cuenta con uno de los billetes de Lázaro, apenas iba a buscarlo al baño cuando salió jugando con una moneda de dos pesos. Tras él venía el apestoso con los ojos rojos como cerillos y con cara de haber visto al diablo, o de haberse echado a...

Ahora quien me leyó la mente fue la persona atrás de la barra.
Fue como en esas películas donde todo se pone lento cuando algo importante va a pasar. Entró y salió de volada el baño, tomó la primer botella que vio sobre una mesa, la partió exactamente a la mitad dejándola con picos largos y afilados. Toda la gente en la fonda volteo a tiempo para ver como se la dejaba ir al apestoso justo arriba de la cintura. Alguien eructó el equivalente de tres cervezas con carne asada. Salimos al calor de la calle. De varias granaderas, que quién sabe como y a que horas habían llegado, ya estaban bajando los policías.


La última parada era en el norte, así que para allá le dimos. El taxi era un horno
con llantas. A la mala se nos metió un carro con su calcomanía de Tigres. Y empecé a hablar de fútbol, de cuando yo jugaba en la liga sabatina con los camaradas de la colonia. Ganamos un torneo organizado por el municipio, que por cierto nunca nos dieron el trofeo luego de tomarnos la foto con él. Luego dejé eso y muchas otras cosas cuando me cambié de casa por aquélla vieja. Cuando me enojo le digo así. Ella se molestaba por muchas cosas pero ninguna la enojaba tanto como que le dijera ? vieja ?. Siempre fue
muy bonita y muchos la querían. Varias veces iban a buscarla o dejarla vatos en carros lujosos pero a quien realmente quiso fue a mí.
No tuvimos hijos. Al principio yo sí quería tener, porque así le mostraría a todos los que aún andaban como moscas tras ella, que era mía y de nadie más. Pero ? uno propone y Dios dispone ? dicen por ahí. Se me hace que no le gustaban los refranes porque vi por el retrovisor como Lázaro hacía una mueca de fastidio que duró todo el camino.
Mejor me callé hasta que llegamos a donde él dijo.


Empezaba a oscurecer. Sentía una garra que apretaba el corazón con fuerza y
me jalaba para seguir a Lázaro. Nos paramos en un parquecito lleno de niños gritones que jugaban, se perseguían o caminaban agarrados de las señoras. Venía derechito hacia mí, sonriendo, como cuando le llevaba una rosa comprada en un crucero. Parecía otra pero era la misma, como no iba a ser.
¿ Por qué me trajo aquí Lázaro? La respuesta tropezó conmigo pidiéndome con voz apenada una disculpa, la voz de un niño con los ojos de su madre.
Ella me reconoció y le dijo al niño que se fuera a jugar. No recuerdo bien cómo la saludé pero cuando lo hice las luces del parque se encendieron y perdí de vista a Lázaro.

El niño era de ella. El padre estaba trabajando en una maquiladora como supervisor de mantenimiento. Seguíamos parados en medio del parquecito mientras algunas señoras murmuraban. Le pedí una explicación.
Me la dio y fue lo último que hizo.


La mujer abandonó su casa cuando supo que estaba embarazada del hombre que conoció en una fiesta de la maquiladora. La historia de siempre: el hombre atrapado en un matrimonio fracasado encuentra el amor en brazos de otra mujer pero no pueden casarse porque el divorcio es solo una palabra que no vale sin las firmas correspondientes. Él viene a verlos de vez en cuando. Ella escogió ser madre con alguien que no podía pertenecerle totalmente, prefirió ser la otra de alguien exitoso y no la esposa de un cualquiera.

- Lupe ? los pasos de Lázaro son inseguros alrededor de la mujer que cae al suelo por un golpe seco del taxista. Sabe que ella será la última y habrá terminado. No pone atención a lo que dice el taxista con la voz llorosa, sorbiendo los mocos como un niño castigado. Las personas gritan pero nadie se acerca, no quieren problemas.

- Lupe, todos son algo en esta vida y tú eres mi boleto de salida. Me voy sin saber quién soy, sin conciencia ni pasado. Ni siquiera tengo idea de a donde iré.
Si pudiera sentir algo por todos ustedes.

La brisa nocturna parece atravesar a Lázaro. Las manos del taxista se cierran
alrededor del cuello de la mujer como una tenaza que no se abrirá jamás.

- Si pudiera, por ustedes, Lupe...

El taxista se sienta en el suelo, a un lado del cuerpo que se enfría poco a poco para siempre. Mira hacia todos lados buscando algo.
Ese algo ya no está.


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