2.10.03

Raquel lanzó un golpe seco que pronto se humedeció de sangre para que las lágrimas no estuvieran solas, tan solas como Raquel en esa habitación de paredes desnudas, la única parte habitable de la montaña junto al mar.

No puede ver cómo su cabello cambia de color, largo y estilo varias veces por minuto. Tampoco cómo las uñas se hacen cortas y largas en combinaciones variadas con colores de moda. Entre el juego de sombras que domina la habitación, camina con piel morena, retrocede unos pasos y es blanca, se hinca siendo amarilla y al levantarse es negra. Hay un hombre en la cama, lo sabe al ver su pene que empieza a perder la erección, pero no puede reconocerlo cuando se acerca, porque la cara esta rasgada con un trozo de espejo que de repente siente en su mano. Un destello en el horizonte anuncia el amanecer.

El aire marino levanta las sábanas. Las lámparas se apagan al detectar la luz solar que entra de lleno por la única ventana, la temperatura sube rápidamente y el ventilador empieza a girar. Raquel está justo bajo él viendo los dibujos que acaba de hacer en las paredes con el labial y los cosméticos que nunca ha usado. En el espejo se refleja su rostro donde los maquillajes artificiales viajan a través de sus pómulos como una mano invisible que manipula su cara al placer: las cejas alargadas o cortas, los labios en cremosos colores que chocan con las sombras cambiantes de los párpados. Un líquido blanco escurre entre sus piernas, cuando toca el piso una pequeña columna de humo sube rozándole los muslos, el ventilador disuelve el humo.

Su olfato percibe a gran velocidad las fragancias que segregan sus lóbulos, debajo de los aretes que pueden tomar forma de varias joyas, con sólo pensarlas. Raquel se deja envolver por todo. Los aretes parpadean como una pantalla de televisión sin conseguir ajustar la imagen.
Tampoco Raquel logra ajustarse.

Anochecía cuando los hombres de la compañía entraron a la habitación. La hallaron preguntándole incoherencias al cadáver del ejecutivo, algo acerca de un cigarro. Después, caminó hacia ellos y el jefe de los hombres reportó un incidente con una androide fuera de control. Al recibir una respuesta en su radio las luces de cientos de disparos iluminaron por segundos la punta de la montaña.

Arrojaron los cuerpos por la única ventana, hacia un mar que parecía reclamarlos.

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