5.11.03

La pieza.

El palacio municipal se tuesta bajo la primavera de abril, en su patio interior la banda afina los instrumentos. Afuera, la estatua de un guerrero empuña su espada a cualquier punto cardinal montado en el caballo de eterno galope. Las palomas dominan el panorama, acicalando sus plumas combinadas en gris, blanco y negro. Aún es temprano, los músicos tocan una melodía para aflojar músculos y espantar nervios, algunos paseantes empiezan a acercarse. El viento sopla levantando un polvo que ensucia la luz del sol. Los niños meten sus manos a una pequeña fuente buscando alejar la picazón del calor. El agua que se arrojan forma pequeños charcos donde se refleja distorsionada más gente atraída por la música

Donde habrá baile no son necesarias muchas sillas.

Los mayores llegan a su territorio y lo dominan. Entre risas, olvidan su edad, los achaques; algunos el asilo y hasta los ingratos familiares. La trompeta marca el inicio del rito, un viaje en el tiempo hecho con pasos de danzón, cha cha cha, merengue y salsa.
Los brazos se aprietan al compás de una melodía, las bocas susurran al oído recuerdos deseosos de ser reales otra vez. Zapatos de pisada suave diluyen la pista. Sencillas palabras saludan antes de sujetarse al traje de fiesta con olor a lavanda añeja, o a un vestido almidonado cuyo color hace juego con el abanico y la peineta. Los ojos rodeados de piel arrugada ven otra vez a la ciudad como un pueblo grande sin prisa por tener caos en su vida diaria. La música dentro del cuerpo trazando el camino exacto que termina y a la vez empieza con las miradas fijas uno en el otro. El tiempo vuela y todos serán recuerdos algún día. Algunos aplauden, otros salimos de ahí. Una voz que se repite varias veces dice: ?¿Me permite la siguiente pieza??

La banda sigue tocando. El sol cae detrás del horizonte echando un último vistazo al baile.


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