1.11.03

Satisfacción

Por enésima ocasión se miró en el espejo para asegurarse de estar presentable. La radio anunciaba otra conferencia de ovnis que acechan el planeta pero no se deciden a invadir y solo usan los campos de cultivo para grafitear. Apagó el radio y observó su mano con curiosidad, como si fuera algo nuevo en su vida. Cuando salió de la casa desordenada, el fresco de la noche le acompañó por varios minutos. Después se apartaron uno del otro en una esquina cualquiera.
De un taxi que se había detenido frente a él bajó una niña vestida de negro. Lo único blanco en ella eran sus ojos y la corbata con estampado de Cri Cri que llevaba sin anudar. Él pensó en tomar el mismo taxi pero prefirió seguir caminando.
Pasaba el tiempo. Las personas corrían para llegar a casa y prender las luces que les sacudieran la oscuridad.


Llegó a la fiesta de disfraces que inundaba a los asistentes con mezclas irregulares de música, alcohol y sensaciones de diferentes velocidades.
Mientras entraba al núcleo de la reunión, murmullos de admiración o envidia que escuchaba perfectamente, brotaban con la calidez e incoherencia propias de quienes llevan en sus venas todo tipo de sustancias revueltas en la sangre.
El volumen era tan fuerte como una marea de golpes dentro del cuerpo, las caricias de una fantasía oscura poblada de seres placenteramente desconocidos. Monstruos falsos. Personas escondidas de si mismas y del mundo que llevaban a cuestas bajo costosos disfraces que rayaban en lo patético sin posibilidad de asustar a nadie.
Casi sentía lástima por ellos. Casi.

Olvidó el nombre de la mujer disfrazada de conejita, casi tan rápido como se lo habían dicho a gritos en la parte más alejada de las bocinas. Era atractiva. Podía escuchar los latidos de todos los presentes. Pero los de ella, ajenos totalmente al resto del universo le provocaban un estallido en su mente que le hizo sacarla de ahí. La tomó por la cintura y sintió un arete en su ombligo. Le murmuró al oído y cuando salieron al frío de las calles, ambos reían bajo la luz hiriente de la luna.


Quiso hacer varias cosas. Quitarle el disfraz. Pensar que era una broma. Echarle la culpa a las bebidas. Creer que era una pesadilla. Huir. Quiso al menos defenderse. Y aún entre todas esas cosas, tuvo tiempo de distinguir entre vísceras su arete que chocaba contra una pared tapizada con pésimo gusto. Solo gritó un poco y de nada sirvió.


Junto a la cama, lo que sobraba de ella esperaba el amanecer.
En la imagen del espejo, hileras de colmillos y tentáculos agrupados en docenas se escondían en la profundidad de un organismo que ahora guardaba sus filosas escamas. El cráneo disminuía de tamaño en un suave y acompasado movimiento. Esa capacidad del camuflaje para mezclarse entre estas criaturas tan indefensas le parecía asombrosa. Y deliciosa también. Esta ciudad bien podría ser un nuevo hogar para él y los suyos por mucho tiempo. Mañana iría a la conferencia para recibir las instrucciones que le habían dejado en algún campo europeo. Pensando también en buscar otra guarida bostezó satisfecho hundiendo la cabeza en la almohada.

El desorden en la casa seguía intacto.

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