1.12.03

Es como si Merlina Addams hubiera madurado. Así se veía ella. Caminando por la calle de los orientales parecía un hoyo negro que absorbía las luces navideñas con que todo estaba decorado. Hay mucha distancia en sus ojos cuando mira. Cuatro pilas de las que duran y duran más por diez pesos. Este año la navidad vendrá a veinticinco grados cortesía del calentamiento global y la única nieve será de aerosoles enlatados, uno por veinte tres por cincuenta y cinco.
Casi se pierde de vista al pasar un diablito cargado de imitaciones originales calvin klein. Los altavoces anuncian ofertas en español y en coreano insultan a la competencia entre cada canción, rimas de hip hop y cumbias en doble sentido. Enfrente hay un pordiosero que usa lentes sin cristal y está haciendo cuentas en el aire sentado en la orilla de la banqueta. Merlina mira al mismo sitio donde apunta el hombre, después se acerca y al oído le dice algo. Sonriendo se aleja. Te hace sentir como el rey de ninguna parte. Las personas no permiten avanzar, parecen protegerla mientras desaparece. Hay en oferta luces navideñas de fibra óptica capaces de cantar villancicos.
Antes de que los comerciantes bajen las cortinas de acero en sus tiendas, de que los ambulantes vuelvan a las sombras, antes de que Merlina sea solo un recuerdo hecho con prisa: el pordiosero abre mucho los ojos, corrije algo en sus cuentas y lanza lo que suena como el último grito del mundo.

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