15.12.03

Una embotelladora de licores sacó una nueva línea de vino, envasado en una botella diseñada por el hijo de uno de los dueños, quien entregó el diseño antes de ser internado en el psiquiátrico. Se produjo una edición tan limitada fue sólo a ciertos ejecutivos les regalaron una botella. Uno de estos ejecutivos la puso en su escritorio junto a unas fotografías familiares, testigos de sus apasionadas reuniones con una encargada del control de calidad de las líneas de producción. Cuando las ventas cayeron, hubo problemas con clientes, proveedores y trabajadores; este ejecutivo tenía, además, problemas con su familia porque había descubierto su romance. Agobiado pero y, sobre todo cobarde, se pegó un tiro manchando todo el escritorio menos la botella. Las fotos de su familia recibieron la mayor parte de su sangre, sesos y desprecios. Como su oficina tenía vidrios a prueba de ruido, cortinas oscuras y un horario ejecutivo, nadie se dio cuenta hasta que el olor se hizo demasiado irritante.
El seguro de vida no cubría suicidios, así que la viuda del ejecutivo solo recibió un pésame rápido, una corona que se marchitaba y la cuenta del sepelio; los efectos personales del difunto ya estaban a la puerta de su casa cuando volvieron del funeral, en una tarde tan gris como el féretro.

La botella fue colocada sobre un librero que dominaba la sala. Estuvo a punto de caerse varias veces con los tropiezos de la viuda en sus noches de insomnio: tenía una casa, dos hijos y un perro que estaban sobre sus hombros y bajo su responsabilidad; si con su esposo era difícil, ahora más.
Pasó el tiempo y conoció a una mujer que la hizo sentirse diferente. Tanto, que la invitaba a su casa los fines de semana. Hablaron primero y siguieron hablando, pero después de hacer el amor. A su nueva pareja le gustaban los placeres pasados por buen vino, por eso se llevó la botella en un caluroso atardecer.


El amanecer fresco del día siguiente fue uno de esos que permitían guardar varias cosas en sacos que luego salían vacíos de la tienda del paisano. En uno de esos la botella cumplió la función de regalo que la chica hizo al paisano; quien tenía una novia que vivía en el segundo piso de su tienda, entre televisores, computadoras, revistas, juegos de video y otros tesoros. Justo cuando las lluvias empezaron la novia del paisano preparó una comida
tan deliciosa que él se durmió y hasta ahora no ha despertado, por eso no se dio cuenta que su novia se había ido. Durante el viaje a otra ciudad la novia del paisano se acabó el vino de la botella. No era mucho de todas maneras, pero si suficiente para crearle una afición muy especial por ese tipo de bebida. En la otra ciudad se arrimó con una prima que le enseñó a echar las cartas y a leer la palma de la mano.
Empezó leyendo la fortuna en las plazas, pero los policías molestaban mucho, así que arregló un cuartito en casa de su prima, el cual no tenía foco así que la botella tuvo que servir como candelabro, y en cierta forma daba un aire profético de misterio. Fue tan buen candelabro que cuando un señor se molestó por las cartas que le tiraron, la botella rompió la cabeza de la chica y permaneció intacta.Pero la vela empezó un incendio que arrasó varias casas, entre esas la de la prima, quien se casó con un bombero tartamudo que la sacó en brazos del incendio.

Un viejo caminaba por las calles ?el frío empezaba a colarse- buscando cartón,
periódicos, latas y botellas. Se sentó en las ruinas para fumarse un cigarro y rascar sus cabellos duros. Cuando tiró la colilla vio asomándose entre unas piedras el pico de la botella: le gustó y cargó con ella. Como había quedado ahumada el viejo trataba de limpiarla con una estopa y agua en una gasolinera. Los despachadores se burlaban del viejo, por eso no vieron la cara de los asaltantes que les pusieron las pistolas en la nuca mentándoles la madre al exigirles el dinero. En el callejón que estaba a unos metros de
la gasolinera el viejo orinó sobre los cartones para hacerlos mas pesados, los puso a secar mientras comía tamales y luego durmió un poco antes de ir a la planta recicladora donde le pagaron suficiente para comer un día más, pero en lugar de eso compró en una farmacia alcohol del noventa y seis que puso en la botella. Debajo de un puente dormía el viejo. En una de las columnas había un orificio donde guardaba dos fotos viejas y amarillentas, las veía como todas las noches, con la luz cansada de una lámpara mercurial, bajo la cual
un hombre vestido de mujer esperaba clientes. Bebía, hablaba, bebía, lloraba, maldecía y bebía, casi sin despegar los labios de la botella, a veces en diferente orden. Amaneció. Los rayos del sol chocaban contra la botella, inmóvil en el suelo. El forense levantó el cadáver. En una planta procesadora de desechos el fuego del horno abrasó un mar de botellas.


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