2.1.04

Me aseguré de no estar soñando. Mi arma, otra vez, apuntándole a la oscuridad. Tardé varios minutos en bajarla. Asusta no recordar que puede hacerte despertar así. Mi respiración era irregular y atropellada, las palpitaciones parecían capaces de romperme. Fui a la ventana atraído por la promesa del aire fresco. Sentía como una gota de sudor, gorda y salada bajaba por el brazo con timidez, igual a una caricia perdida que busca su lugar en el cuerpo para crecer y multiplicarse.
Entre más lo pienso menos sentido tenía la situación: un hombre y un niño iban por la calle montados en una bicicleta. Al pasar bajo las lámparas, cada una de estas parpadeó siguiendo un mismo ritmo casi hasta apagarse. El niño pedaleaba llevando atrás al hombre, pensé que no era lógico y la bicicleta se detuvo con un sonido que creaba una nueva forma de silencio.
La gota de sudor seguía quieta en el mismo sitio. Cambiaron de posiciones y entonces anduvieron de nuevo. Al pedalear el hombre parecía esforzarse mucho. Las lámparas se encendieron y aunque faltaba parte de su brillo pude darme cuenta que el niño era un enano y el hombre, quien a pesar del esfuerzo no sudaba, era yo. El sonido de la bicicleta se volvió delgado como hilo mientras se alejaban.
La noche ignoró todo y siguió su camino.

Antes de perder el conocimiento, vi como la gota de sudor terminó de caer contra el piso

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