8.1.04

Pareja perfecta.


“ Y permitió que sus sueños, sus nocturnos deseos, sus ansias esporádicas se condensaran en algo parecido a la racionalidad”.
Phillip K. Dick.

I. Apertura de mercados.

En el número101 de los Condominios Constitución vivía Dora, una chica que como la mayoría de los jóvenes bajo la ley marcial impuesta, prestaba servicio militar después del trabajo. Su novio, un extrovertido recluta que cumplía su servicio como enfermero, fue reportado como desaparecido en acción, cuando el avión en que viajaba se desplomó en circunstancias misteriosas a pocos kilómetros de la frontera.
En esa época, el luto duraba lo mismo que dos hielos en una bebida adulterada.

Cuando Dora volvió a casa, uno de esos días que parecen ser el mismo pero repetido una y otra vez, halló entre el correo una publicidad que ofrecía juguetes sexuales. Después de hojear con muy poca curiosidad el folleto, uno de los productos llamó su atención. La nueva generación de muñecos inflables ciento por ciento interactivos, androides hechos con los más avanzados materiales de la era moderna, podían programarse de acuerdo a los deseos de su dueño usando una computadora. Estaban a un precio de oferta que era igual a la mitad de su salario. Incluían software de configuración y su garantía de seis meses prometía satisfacción total por medio de experiencias nunca antes vividas o la devolución de su dinero. Tuvo que admitir varias cosas para aceptar el uso de un androide como ese. Ya no tenía paciencia para cortejos, ni deseos de comprometerse otra vez. Práctica, la vida se había vuelto así.

Una tarde embarrada de humedad y calor, recibió un paquete donde venía una silueta humana, hecha de neopreno bañado en hule y rellena de una sustancia gelatinosa. Como un sistema nervioso, en su interior se veían filamentos parecidos a la fibra óptica. El ombligo era una conexión electrónica protegida con una cinta antiestática. En el fondo del paquete había unos cables y un disco. Reinició dos veces la vieja computadora que había recibido hace años al graduarse, antes de empezar a configurar a su plástico compañero. Los dedos volando sobre el teclado, capturaban la descripción física deseada, muy distinta a la de su novio. Aunque pensó un momento en él, fue solo para asegurarse de no repetir alguno de sus rasgos. “Menú: Elija la fantasía “ Su lengua paseó por los labios. Se sintió indecisa ante la cantidad abrumadora de opciones, vio en el reloj que se hacía tarde y oprimió un botón que parpadeaba con insistencia en la pantalla “Opción Estándar”
En su estado de abstinencia cualquier cosa estaría bien. Salió rumbo al servicio. Regresó por la identificación que había olvidado, antes de cerrar la puerta echó una mirada al departamento, luego a la computadora y después los cables de comunicación que terminaban en la silueta.

Sonó a duda el suspiro que salió de su pecho mientras cerraba la puerta.


III. La muerte del consuelo.

“No se deje al alcance de los niños, manténgase en un lugar fresco y seco”
Las instrucciones decían también que sobre una superficie plana debía extenderse la silueta, con el cable conectado antes de empezar la configuración. El sistema hizo un cálculo basándose en la capacidad de procesamiento que tenía la computadora, y las opciones seleccionadas por Dora. En este caso bastarían noventa y cinco minutos. Por los cables viajaban empapadas de información, diminutas criaturas nanotecnológicas desechadas de antiguos proyectos militares, y que sus creadores comercializaban de esta manera. Poco a poco se engrosaban unos músculos artificiales, la piel se cubrió de un color parecido al de los ojos, inexpresivos y muy abiertos, una vez que tomaron forma.
Un zumbido extraño recorría el departamento.

Fue uno de los peores días que había tenido en la oficina de propaganda y eventos, donde cumplía su servicio. Con los últimos patrocinios cancelados, muchos eventos corrían el riesgo de no realizarse. La moral de un país en estado de guerra dependía de todos, las tropas allá en los frentes, la población civil y los reclutas en las ciudades. El jefe, un veterano de aviación militar con la cara deformada y sostenido con muletas de aluminio reciclado, había recibido una baja honrosa después de ser derribado en el mismo sitio donde desapareció el novio de Dora, la frontera norte. Trataba de arengarlos con discursos gastados, promesas vacías. Discursos que los deprimían aún más viniendo de ese cuerpo, la muestra viviente de que los seres queridos podían volver así o peor aún. Si acaso volvían, pensaba Dora al ver a unas personas leyendo cartas de condolencias en papel reciclado.
El cajero automático a dos calles de la oficina decía que no contaba con suficiente saldo para retirar la cantidad de dinero deseada, hasta entonces recordó la compra del muñeco. Dora sonrió y un desconocido que entraba al cajero, creyó que la sonrisa había sido para él.

Llegó mojada al departamento, una lluvia ligera la acompañó desde que bajó del autobús. Antes de abrir, pegó su oído a la puerta buscando algún ruido distinto al de la monotonía, nada. Abrió preocupada y tropezó con un cuerpo desnudo que reaccionó a su presencia, regando en ella caricias y deseos de la opción estándar, la lengua del androide rascó la piel de Dora hasta encontrar su verdadero sabor, fragmentando el resto de la tarde en emociones.
Cuando se ocultaba el sol, Dora recordó que la puerta seguía abierta.

Se movió sobre su lado derecho, ya era otro día. Buscaba con su mano aquel cuerpo y tocó la silueta que de nuevo estaba fría, su calor, sus energías se agotaron. Otra vez tenía que configurarlo, así cargaría la energía necesaria para funcionar de nuevo. Estaba impresionada, esa impresión crecía cuando recordaba todas las cosas que habían hecho, ella con él, él con ella, juntos; y las comparaba con ese conjunto de cables, plástico y relleno viscoso del cual no estaba interesada en saber su composición.
El silbato de Fundidora la sacó bruscamente de sus ideas, tenía que ir al trabajo.

III. Una verdad incómoda.

El e-mail del fabricante decía que por un pago extra podría descargar del sitio web una actualización del programa para el androide. Esta actualización permitiría una serie de mejoras en las capacidades y tendencias del androide, mas posiciones, nuevos niveles de estimulación. En las sesiones hechas en áreas pequeñas, sería capaz de generar realidades virtuales para acrecentar las fantasías. La posibilidad, tenía un precio muy alto. Hizo cálculos tomando en cuenta un préstamo del trabajo, vendiendo la joya holográfica que le habían regalado la navidad pasada, sacrificando los pocos lujos que la ley marcial permitía. Después de pensarlo, ni mucho ni poco, solo pensarlo, acreditó el pago. La actualización, un programa de diez megas, incrementó la capacidad de procesamiento para las máquinas nanotecnológicas que daban vida al androide.

El androide cambió varias veces durante un tiempo que a Dora siempre le parecía poco. Distintas situaciones nacían en su departamento al volver del servicio militar. Maldito servicio, maldito estado de guerra, maldito discurso y su capitán deforme para recordarle a su difunto novio, lo suficiente para mancharle el día que había empezado la tarde anterior en alguna fantasía retorcida. Los e-mails urgentes de la Secretaría de Guerra tenían prioridad al viajar por la Internet, uno de ellos interrumpió la cera caliente que el androide derramaba sobre el pecho de Dora, sus ojos vendados, esposada a la cama que no se había tendido en días. La vela se consumía en su mano al mismo ritmo que leía el mensaje en la pantalla. El novio de Dora había sido rescatado y volvería pronto a Monterrey. Eso significaba que el androide ya no sería necesario. Ella preguntó que decía el mensaje, pero él lo borró y mirando el cuerpo sobre la cama empezó a preparar un plan.

Se levantó de la nada plástica tomando una forma extraída desde la unión de sus archivos y los recuerdos de Dora. El rugido de un helicóptero de seguridad pública sacudió los cristales del edificio, ahogando unos gemidos que al ritmo del androide, insistían en limpiar al departamento su silencio.
Los sentidos de Dora estaban fuera de todo límite. La sensación pasaba de lo físico a un plano nuevo para ella, una fusión donde el dolor y el placer se perseguían sobre su cuerpo y se alcanzaban en su cerebro.
Abundante saliva escurría por sus pechos mezclándose con el sudor.
De pronto, por primera y única vez el androide se descargó en el interior de Dora, desde la entrepierna se diseminaba a gran velocidad, las venas se inundaban con el relleno viscoso donde se conservaban las poderosas máquinas miniaturas, el verdadero cerebro del androide.
Dora se colapsó creyendo que sentía el único, el definitivo orgasmo.


IV. Injerto.

Hallaron su cuerpo, abierto, o más bien como si hubiera explotado algo en su interior, sobre ella había una destrozada silueta de plástico. Las autoridades concluyeron que se trató de un accidente, y retiraron a los androides del mercado.

Abajo, en cualquier calle, ignoraba por cuanto tiempo duraría unido a esa carne. Posiblemente buscaría otros cuerpos donde habitar, mientras exploraba el mundo.
Empezó a andar. Inmerso en su procesamiento se perdió en lo profundo de una ciudad que no significaba nada para él.

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