10.3.04

Las llamas venían del cielo.
Cubrían con su calor capas de metal extraído y procesado en mundos lejanos. Saludaban al paisaje con su movimiento hipnotizante, guiado por la música de reactores disminuyendo la velocidad. Era como ver un volcán en erupción surgiendo de las alturas. Y de entre las llamas emergió una amalgama de piezas gigantescas, mezcladas sin orden aparente que formaban algo parecido a un crucero estelar. Pero nadie en ese lugar podía sentir asombro o tener miedo por la llegada de tal estructura. La ciudad, como el resto del mundo y sus habitantes, había muerto hacía muchos años.

Chorros de agua escurrían por el casco de la nave para enfriarla, por su gigantesco tamaño, tardarían horas en hacerlo y no sería hasta entonces que podría revisar con detalle los daños ocasionados por la tormenta. El capitán miró por la pantalla de plasma las grandes extensiones de ruinas, diseminadas a todo lo ancho y largo por debajo del crucero. Tecleó en su consola, pequeños robots de alas largas y silenciosas fueron a explorar. Eran los primeros objetos en movimiento sobre ese lugar en mucho tiempo.
Cuando vio que estaban lejos y enlazados a la computadora, arrojó los guantes de piel sobre la consola y suspiró deseando que todo fuese una pesadilla que terminaría en cualquier momento. Cientos de parsecs recorridos buscando reunirse con la flota para lanzar el asalto final sobre las hordas de bárbaros, y aquí estaba, desviado del curso por una tormenta de neutrones que lo sorprendió al salir del hiperespacio. Apenas pudo guiar la nave a este pequeño mundo azul que no aparecía en sus mapas.

Los armamentos y tropas en hibernación que llevaba el capitán, eran parte del reclutamiento masivo hecho por los mundos sobrevivientes en tres galaxias. Reforzarían el asedio que se estaba llevando a cabo sobre los bárbaros en un pequeño sistema solar, donde después de décadas de combates, por fin habían sido recluidos. Pero estas criaturas ya habían dado muestra de su peligrosa capacidad de adaptación, solo era cuestión de tiempo para que hallaran la forma de romper el cerco y contraatacar. Grandes y poderosos ejércitos abonaban tierras lodosas por la sangre después de luchar contra ellos. Los pocos sobrevivientes regresaban a casa para morir perseguidos por imágenes de destrucción a escalas planetarias. Miles de civilizaciones aniquiladas. Mundos donde la vida era un grato recuerdo con sabor a nostalgia, insuficiente para borrar las cicatrices, para soñar con la esperanza de paz. Y hasta ahora, nadie sabía exactamente la clase de mundo o infierno del cual pudo surgir semejante especie.

Empezaron a llegar imágenes de los exploradores. Fósiles vegetales y animales, en áreas periféricas de lo que supuso el capitán, fue una ciudad relativamente grande. Sin embargo eran casi nulos en las partes más cercanas al centro. Una sección de la pantalla parpadeó, y al instante sus temores quedaron confirmados por el reporte de daños. El casco externo estaba en muy malas condiciones, había filtraciones en tres cuartas partes de la nave con altas probabilidades de penetrar el casco interno si no se reforzaban. La carga estaba segura pero los sistemas de protección habían consumido casi toda la energía de las baterías solares. Tendría que esperar a que se recargaran. Era un hecho que este planeta no representaba peligro por si mismo. Pero si acaso los bárbaros tenían alguna presencia, en sus condiciones sería presa fácil. A cierta distancia de la nave, los robots exploradores captaron el reporte de daños, unieron sus procesadores por medio de enlace radial y programaron las reparaciones necesarias. Se detuvieron y las cristalinas alas para vuelos de largo alcance se retrajeron a su interior. Justo cuando el sol se negaba a dejar la tarde y su luz se aferraba inútilmente al horizonte montañoso. Destellos luminosos recorrían la superficie de la nave, eran los robots que habían cambiado su protocolo a reparaciones.
Los propulsores y las descargas térmicas para unir fisuras los hacían verse como luciérnagas sobre el relieve nocturno.
Al amanecer, el capitán seguía despierto.


La antena de onda súper lumínica recibió un mensaje. Otro carguero estaba atrapado en la órbita de una estrella moribunda. Jamás saldría de ahí. El capitán reconoció a un camarada suyo en la voz que reportaba la situación. Una alerta llegó a la pantalla.Las reparaciones se habían detenido por falta de metales para reforzar el casco externo.
Una duda empezó a rondarle. ¿El también quedaría atrapado?

Envió dos equipos de robots. Un grupo aéreo guiaría al equipo terrestre, hacia yacimientos de metales con una proporción mínima de procesado para soportar el viaje. Un explorador terrestre reportó haber hallado una silueta erguida en medio de ruinas un poco más ordenadas. Su aspecto era similar al de los bárbaros. Todos los robots formaron un círculo a su alrededor, apuntando armas de distintos tipos, tamaños y calibres. No dispararon.
El capitán preguntó a gritos porque no atacaban. No estaba vivo. Era una estatua.

Pasaron varios días. Halló unas estructuras metálicas de lo que parecían ruinas de máquinas. Un río seco las separaba de una pequeña montaña con un leve hundimiento en su parte media. Durante ese tiempo, el capitán estuvo pendiente de la traducción que la computadora intentaba hacer de unos símbolos grabados en una placa al pie de la estatua. Eternamente inmóvil. Esta llevaba en la mano derecha un objeto largo y puntiagudo. Su mano izquierda, estaba desnuda y apuntaba al suelo. El rostro miraba al cielo, a la nave que por fin se elevaba agitando el polvo de las ruinas. Antes del salto al hiperespacio, la computadora había traducido algo.
El capitán leyó lo que parecía una historia, acerca del lugar de una fundación, con la ayuda de un dios del nuevo reino del león.

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