30.5.04

Apagar el motor de un caza ?Doberman? es algo tan agitado como el combate aéreo. Se hacen radiografías para localizar ?parásitos? enemigos, revisión de celdas energéticas, armas, daños e inventario de municiones.
Algo muy importante es verificar las interfases entre el caza y el salvavidas. Este último consiste en una armadura equipada para que en caso de ser derribado, el piloto se defienda hasta su rescate o muerte. Randal se preguntaba por qué no tomó la última opción; al respirar con una cuarta parte de sus pulmones, cuando hacía sonar los detectores de metal, o cuando siente cansancio en sus ojos y debe mojarlos ajustando el surtidor de
lubricante. Hace tiempo que dejó de ser normal en este avión. Entró a la fuerza aérea después de los cursos técnicos. Según el sistema era un mecánico nato, pero él soñaba con ser piloto. El sistema no se equivocó: rápidamente se convirtió en jefe de mecánica de un puesto aéreo cercano a la frontera norte. Cuando no estaba inmerso en arreglar sistemas de algún avión, pasaba su tiempo libre en los simuladores de vuelo, avanzando de nivel de una manera que llamó la atención de los superiores; sin embargo, no había suficientes mecánicos. Aun así estaba en su derecho de pedir la oportunidad para entrenamiento avanzado. En un caza real sus prácticas fueron aceptables y entró como piloto de reserva.
Estar ahí no era fácil. Las prácticas le parecían monótonas, los vuelos de reconocimiento aburridos y el enemigo estaba a punto de rendirse.
Un día se recibió el informe de un ataque a la patrulla vespertina por parte de tropas enemigas en la frontera norte. Las emociones eran contradictorias al ajustarse el traje y verificar los sistemas, pero todo eso quedó en tierra cuando despegó enfilándose con su escuadrón a los destellos de un combate que ni en sus prácticas más difíciles imaginó: según los cálculos, su grupo era superado tres a uno. También llegaban informes de tropas terrestres con capacidad de atacarlos.
Apenas pudo esquivar los restos incandescentes de un caza enemigo mientras ordenaba sus ideas; la alarma sonó segundos antes de pasar junto a un proyectil que dio al ?Doberman? número 12.
La furia es peligrosa cuando se tienen los medios para hacerla explotar, pensó al tiempo de derribar un avión insignia y entonces se concentró en perseguir a un bombardero. Los artilleros de este último alcanzaron su ala izquierda antes de caer. Buscando estabilizar la nave, quedó en la mira de un cañón terrestre y dos cazas enemigos.
Los sistemas no funcionaron, las interfases no se accionaron a tiempo. El caza de Randal se desarmaba en una nube de polvo, fuego y aullidos rasgando el silencio nocturno. El salvavidas apenas cubrió 40 por ciento de su organismo y casi no había
energía. Pasó un lapso de tiempo que le pareció eterno. Ni siquiera tenía fuerzas para buscar su arma y poner fin a todo. Entre el sueño y la conciencia vio siluetas acercándose; entonces pudo desmayarse, al reconocer el escudo del puesto aéreo. En la zona donde fue recuperado, tres compañeros cayeron; sus salvavidas funcionaron pero los refuerzos no llegaron a tiempo. La avanzada terrestre del enemigo se entretuvo con los pilotos derribados. Lo suficiente como para que otros compañeros pudieran sacarlo, que vieran su contorno incompleto en un monitor de enfermería. Los doctores le parecieron poco amistosos. Con instrumentos parecidos a los de un verdugo operaron con prisa y sin cuidado. El resultado es lo esperado en estos casos: su nueva piel, un elastomero de segunda categoría, su cráneo sin cabello pues el cuero cabelludo fue extraído al quitarle el casco fundido. El rostro se había esfumado, en el proceso de reconstrucción facial lastimaron los nervios oculares y los lagrimales; no lloraría nunca más.
Tomando en cuenta sus méritos como mecánico, Randal busca ahora evitar que los salvavidas de otros compañeros fallen. Actualmente viste una serie de equipos, prótesis y aparatos arcaicos para mantener vivo al mecánico, al soldado, al número que es; de
ninguna manera al espíritu porque ese murió, y su cuerpo quedo así, para devolverlo al taller de un puesto aéreo, de donde nunca debió salir, según el sistema.

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