18.5.04

En el camino hacia alguna parte nos hallamos en una cita imprevista, y sin saberlo inevitable. El mundo generosamente derramado por todas partes era el paisaje que recorrimos hasta llegar a una roca. Ni cerro, cordillera, loma mucho menos montaña era una roca de forma cercana a lo cilíndrico muy alta del color café oscuro de la mierda.
Ahí, dijo, es mi casa.

Subimos por una escalera irregular tallada muy apenas a un lado. Por cada peldaño nuestra ropa perdía trozos de tela, flotaban un poco como hojas secas en el otoño, luego el precipicio los devoraba. Tardamos en llegar a un orificio, tuve que agacharme para pasar.Había mucha humedad, venía del ojo de agua al cual por poco caigo. Dentro, un niño nadaba con la naturalidad propia del pez, nos acercamos y saludó con una sonrisa por donde salieron burbujas. Fue imposible ver que tan profundo se había sumergido en el agua cristalina. Llegamos a un espacio semivacío donde dormía un hombre vestido solamente con unos gastados pantalones, eso me recordó lo cerca que estábamos de la desnudez.
Se acercó para decirle algo, no vi ni escuche respuesta. Mientras íbamos a una habitación el hombre giró sobre si mismo, cubriendo toda su espalda había un enorme dragón tatuado también dormido. Por dentro la roca era muy amplia, todo parecía tener ahí espacio
suficiente para un uso sin definir todavía. Donde entramos solo había una cama, el suelo tapizado con suficientes flores marchitas como para haber sido en otro tiempo un jardín. La puerta se cerró por si sola y quedamos desnudos, pisé una flor que me regaló una caricia en el pie.
La cama nos atrajo. Rompimos muchas cosas: el silencio, la
frontera, el decoro, la soledad, lo imposible, la vergüenza, el tiempo, la cama.
Tocaron a la puerta, era el hombre que me esperaba. Volveré dije y como respuesta obtuve la sentencia de un adiós.


Afuera de la habitación había ropa parecida a la mía pero vieja y gastada. Me vestí con la agilidad de un cadáver. El hombre estaba en el mismo sitio. Dándome la espalda y su imagen de dragón ahora despierta, con las fauces abiertas erguido en el vacío de la carne me miraba. Oí una voz que sabía, era ajena a él, y pertenecía a ese conjunto de tintas coloridas trazadas en su piel. Mi llegada a esa casa fue un accidente, me esperaban en otra parte. Fui al orificio para salir lo antes posible de ahí, voltee por última vez. En las garras y hocico del dragón ahora había sangre y el hombre caminó, dándome la espalda hacia la habitación donde había estado.

Sin emoción, sentimiento o algo parecido bajé las escaleras.
Entonces supe que jamás volveríamos a vernos en ningún otro camino.

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